lunes, 19 de septiembre de 2011

Los vecinos porteños luchan por recuperar los cines de sus barrios.

Ocupados por salas de juego, templos evangélicos y hasta convertidos en playas de estacionamiento, hoy buscan renacer.

Son seis salas tradicionales, de Flores, Floresta, La Paternal, Mataderos, Saavedra y Villa Pueyrredón, que podrían revivir su antiguo esplendor si prosperan diversos proyectos de protección patrimonial enviados a la Legislatura.


Más de 300 salas de cine hubo en la Ciudad de Buenos Aires durante buena parte del siglo XX y hasta 2010. Entre las 50 que quedan, dominan la escena las multisalas (los complejos Hoyts, Village y Cinemark) y hay un gran ausente: los cines barriales. Estas salas tuvieron su esplendor décadas atrás, antes de ser remplazadas por playas de estacionamiento, salas de juego o lugares de culto. Han sido los propios vecinos los que en los últimos años resolvieron luchar para hacer resurgir los cines de sus barrios, como espacios que excedían la proyección de películas para convertirse en lugares de encuentro social. Actualmente, son seis los cines contemplados en distintos proyectos legislativos que buscan su protección cautelar como patrimonio cultural o directamente su expropiación: Taricco, de La Paternal (Av. San Martín al 2300); Pueyrredón, de Flores (Rivadavia al 6800); Gran Rivadavia, de Floresta (al 8600); Aconcagua, de Villa Pueyrredón (Mosconi al 3300); Cumbre, de Saavedra (García del Río al 4100); y El Plata, de Mataderos (Alberdi al 5700).

Este último, el llamado “Gran Rex de Mataderos” (entraban 1500 espectadores), reabrió en mayo del año pasado, tras 23 años de abandono. Realizó su última función en 1987, luego fue depósito de una casa de electrodomésticos y finalmente cayó en desuso. La idea original del jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, era localizar allí el CGP 9, lo que encontró el rechazo de los vecinos y la justicia. Finalmente, se optó por convertirlo en centro cultural, cuya primera etapa ya culminó. “No queremos que ocurra lo mismo que con el hospital de Lugano, y que el proyecto de dos cines, un teatro y salas de usos múltiples termine siendo sólo un microcine para que Macri mencione en monólogos televisivos”, remarcó Alberto Dileo, referente de la Coordinación Vecinal.

La principal ayuda para los cines vendría desde la Legislatura. Mientras tanto, se apoyan en la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural, que organiza tertulias para discutir cada situación. Su secretaria general, Mónica Capano, indicó a Tiempo Argentino: “Este renacer de los cines de barrio representan una impronta de lucha contra el mercado y de apoyo al cine nacional. Pero no quieren que les bajen programas prearmados del centro a la periferia, como pasó con el 25 de Mayo, de Villa Urquiza, cooptado por el Ministerio de Cultura porteño como un apéndice del Teatro San Martín. Los vecinos quieren un espacio para mostrar sus capacidades barriales”.

EL ACONCAGUA. Nació de la mano de José Patti, inmigrante italiano y vecino de Villa Pueyrredón. “Su idea no pasaba por un cine más. Tenía que ser para el barrio lo que el Aconcagua para los Andes: el más grande, majestuoso, imponente”, contó a Tiempo Argentino su nieto, José Luis Alesina, uno de los que impulsa su resurgimiento. La sala, sobre Mosconi (originalmente, Avenida América), era similar a cualquiera de la calle Lavalle: la fachada modernista, el gran hall, escaleras de mármol, barandas de bronce y una arcada rodeando la pantalla. Tenía 1200 butacas. Se inauguró el 5 de noviembre de 1945, a sala llena, con la película rusa Arco Iris.

“Los estrenos llegaban 15 días después que en el centro. Íbamos a la matiné, empezaba con Sucesos Argentinos, luego venían los avances, la primera película y el intervalo”, describe Alesina, y acota que “las últimas filas y el pullman eran los lugares elegidos por las parejas”. Ir al cine era toda una ceremonia: prohibido entrar en zapatillas.

El declive llegó en los ’60, con la televisión. Entonces se cerró para siempre el Pueyrredón (también erigido por Patti), que hoy es un garaje. El Aconcagua cayó en el olvido, aunque reabrió brevemente en los ’90, cerrando definitivamente en 1996, cuando fue alquilado por una iglesia evangélica. Sin embargo, en abril de 2010, los vecinos crearon la asociación civil Aconcagua, y en noviembre, con apoyo del INCAA, proyectaron Carancho. Su expropiación se encuentra en la comisión de Presupuesto, donde el macrismo objetó el factor monetario y que sea gestionado por los propios vecinos, en lugar del Ministerio de Cultura. El pasado 4 de abril, el edificio fue catalogado. Ahora, la idea es “conseguir recuperar el Aconcagua para hacer allí un complejo cultural”, con talleres y proyecciones destinadas a los 200 mil vecinos del barrio.

EL GRAN RIVADAVIA. El 12 de mayo de 1949, 2000 personas disfrutaron de la proyección de Tronado y destronado, con Bob Hope. Un nuevo cine nacía en el barrio. A la semana siguiente, la cartelera nacional acaparaba el Gran Rivadavia. Para los vecinos de Floresta, es el lugar adonde se “rateaban” de chicos, el de los primeros besos en la última fila.

A mediados de los ’80, el nivel de espectadores decayó: “Fue con la llegada del video. Pero la estocada final fue con los ‘multipantalla’ y el cambio de hábito de encuentros en el shopping, donde el cine era un uso complementario. Sin ayuda, se fueron fundiendo y cerrando”, cuenta Gabriel de Bella, de Salvar a Floresta. El cierre fue en 2004, por una denuncia de ruidos molestos. En las audiencias, la dueña, Edith Suñé, les recrimina a los vecinos: “Los que me obligaron a cerrar, hoy me piden que lo abra.” A mediados de 2009, un cartel de venta sobre la marquesina encendió la luz de alerta. Unas 1400 firmas (la misma cantidad de butacas que había en la sala 1) fueron entregadas en el Ministerio de Cultura porteño y en la Secretaría de Cultura de la Nación. “Sólo contestó el INCAA, y en 2010, el Gran Rivadavia fue declarado de interés”. El festejo fue en la puerta con la proyección de El secreto de sus ojos, autorizada por el mismo Juan José Campanella.

Después, los vecinos le mostraron al ministro Hernán Lombardi, su proyecto de un cine-teatro que dinamice las expresiones artísticas de la zona. “Nos confirmó que no lo van a comprar, a lo sumo colaborarán con algún productor”, explica De Bella. Hasta hoy, la única certeza la da la dueña: mientras no haya una definición, el lugar, así como está, sólo genera gastos.

Más espectadores.

Aunque en los últimos meses se han cerrado varias salas, como el Atlas Santa Fe o el Arteplex Caballito, el público, ayudado por una mayor capacidad de consumo, asiste cada vez más al cine. En 2011 y hasta la semana pasada, con el sistema 3D ya instalado en más de 100 salas, habían ido al cine 33.821.654 de personas, con una recaudación de 766.386.503 pesos. A esta misma altura del año pasado, los espectadores eran unos 3,1 millones menos, con 223 millones de pesos menos recaudados. Uno de los incentivos de las salas barriales es el espacio al cine nacional, en un sistema de distribución muy concentrado en el que la que más recauda se queda con el 25% de la taquilla.

“Las multisalas no cumplen la función social del encuentro”.

Los proyectos vecinales son acompañados por especialistas, como la arquitecta Patricia Méndez, quien escribió, junto a su compañera Marta García Falcó, el libro Cines de Buenos Aires. Explicó a Tiempo Argentino que “hay cada vez más multisalas, pero no cumplen la función social para las que fueron creadas las salas de cine: un espacio en el que la gente se congregaba para disfrutar un espectáculo. Cuando hablamos de recuperar los cines, no se trata de retrotraerse a la función original, pero sí habría que gestionar que se hagan núcleos culturales que abastezcan al barrio. Yo crié a mis hijos en Villa Pueyrredón y nunca tuve un cine para llevarlos, pero tampoco ha habido un espacio cultural. No ha sido creado”.

Los cines eran un lugar de encuentro social.

–Ese fue el espíritu: reunirse en un espacio para el disfrute con vecinos, que esperaban dos meses a que el estreno del centro llegara a su barrio. Había más autonomía, no había que ir al centro.

¿Y hoy?

–El espacio arquitectónico del cine fue remplazado por el mundo virtual y la dinámica electrónica, con Internet adelante. De las 300 salas de cine autónomas que había, 140 fueron demolidas, y sólo 50, en el mejor de los casos, siguen siendo cines. Otros, como el Ópera o el Gran Rex, son teatros. El resto son supermercados, salas de culto, playas de estacionamiento, o como el Álvarez Thomas, que hoy es un salón de fiestas. Analizando los planos de los viejos cines, detectamos que muchos eran playas de carruajes antes de ser cines, y después volvieron a ser playas de estacionamiento. Espero que en la vuelta de página de la Historia, vuelvan a ser cines. El espacio tiene su memoria y necesita reciclarse.

¿Cuál fue el período de mayor demolición?

–Los ’80 y los ’90. Cuando llegó el videocasette y luego el DVD, la gente empezó a quedarse en su casa. En los ’70 también, pero por política. El gobierno militar no quería que se juntara gente en una sala, más allá de lo que uno fuera a ver, no querían aglomeración. Y los shoppings les dieron el último palazo a las salas de cines de barrio.

¿Y el tipo de público cambió?

–Pueden haber cambiado las necesidades: la inseguridad y la vida tan rápida hacen que vayas a un sólo lugar donde está todo. Uno saca números y una familia tipo, que tiene que pagar la entrada al cine, más la comida rápida y el estacionamiento, se queda en su casa. En ese sentido, los cines barriales son más accesibles. Además, hay una movida alrededor que genera beneficios comerciales para el barrio.

¿Y cuál fue tu preferido?

–Soy de Formosa, y mi sueño era ir al cine Los Ángeles. Después, cuando volví con mis hijos, vi con tristeza que la sala estaba partida en dos, y hay una parte de la película que no ves. Esa división para captar más clientes generó salas inadecuadas.

Un 0,5% del ABL, a los cines.

“Se incentiva la aparición de más multisalas, cuando la política oficial debería haber defendido más los cines barriales. Si no se mueven los vecinos, todo queda en la nada”, aseguró el diputado Raúl Puy, que presentó un proyecto de ley para crear un Fondo de Ayuda Económica para Salas de Cine-Teatro Barriales de la ciudad. En un mes, si lo aprueba la comisión de Presupuesto, podrá ser tratado en el recinto. Al fondo irá el 0,5% de la recaudación del impuesto de ABL, distribuido en una sala por comuna. El total recaudado de ABL en 2010 fue de 1300 millones de pesos, por lo que lo destinado a los cines barriales superaría los 6,4 millones.

Fuente: Tiempo Argentino

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